DALILA DE NUEVO

Realmente extraño a Dalila. Su ropa sigue en el armario, en una gaveta están sus zapatos, su perfume en la cómoda, sus collares, el cepillo sucio y rastrillando aún numerosas hebras, junto a todo tipo de juguetes para acomodar su belleza. Todo se me revela como un signo. Ella nunca fue indecisa. Ni siquiera al vestirse hacía el cómico espectáculo de cambiarse varias veces, o de preguntarme si lucía bien. Simplemente se ponía algo. Y siempre lucía atractiva. Todo sigue aquí. ¿Qué estará usando ahora entonces? De habérselo querido llevar hubiera podido venir por la mañana, cuando yo no estuviera. Me imagino a mí mismo un día cualquiera, llegando del trabajo. Abrir la puerta y soltar la autor: José Estuardo mochila sobre la mesa. Ir al refrigerador y tomar agua, luego al baño para desecharla, cual si hubiese un conducto directo de un extremo a otro de mi cuerpo. Pasar por el cuarto y notar con sorpresa estúpida (como quien llega a su casa y después de cumplir su rutina descubre que le han robado el televisor, cuando toma el control remoto) que las cosas más evidentes, que me habían acompañado por años ya, han desaparecido. Pero están aquí. Regadas por todas partes. Envolviéndome en una maraña de hilos invisibles. Como aquel cepillo, ahogándose en cabellos finos y rubios. Estoy atrapado en el capullo de una araña.

Es un signo inequívoco. Aun no he desaparecido por completo. Cuando alguien le disgustaba lo convertía, como por magia, en un fantasma. Podía pasar a su lado o incluso dirigirle la palabra. Ella lo ignoraba con tal seguridad, que el espectro se desvanecía en un aire de transparencias. Por mi parte, estos trances me ponían en un cepo de incomodidad. Dalila entonces me sonreía sin sarcasmo. Y actuaba con tal naturalidad, que a veces, me daba espanto. ¿Puede que me espere esa suerte? Me pregunto quién sería yo, si finalmente pasara a ser uno más de ese más bien poblado limbo de desconocimiento. Para ella nadie, está claro. Pero ¿y para mí mismo? (abrir nota +)

Estoy tendido sobre la cama. Pienso. Hay una forma de evitarlo. Esconder sus cosas. Todo. Recoger cada una de sus pertenencias y esconderlas donde no pueda hallarlas. Sólo así evadiré ese salto dimensional entre la presencia y la nada.autor: José Estuardo

Me levanto. Me veo a mi mismo a través del espejo. Imagino que me levanto. Proyecto en el cuarto mis movimientos, como si se tratase de una película. Me acerco a la cómoda y valoro qué tiene más importancia. Qué se llevaría primero, porque eso es lo que debo enterrar más profundo. El cepillo, sí. Su cepillo. Tiene el pelo malo. Pasamos horas buscando un cepillo que no le hiciera daño. (abrir nota +)

Le quito las hebras cuidando no dejar ni una. Si se va a enterrar algo, mejor que esté limpio. Súbitamente, el cepillo cae de mis manos. No lo he dejado caer, ha caído por sí mismo. Fue como si atravesara mis dedos incorpóreos. Me detengo aturdido ante esta novedad. El cepillo descansa donde aterrizó. Aproximo mi mano, pero no puedo recogerlo. Mis dedos pasan alrededor de su contorno como si fuera una ilusión. Algo dentro de mí explota en llanto. No hay tiempo. No te queda mucho tiempo.

Me abalanzó sobre la cómoda e intento abrazar de lleno todos los frascos y pomos. Quiero estrecharlos contra mi pecho. Evitar que huyan como el cepillo. Me incorporó acurrucando el aire. Todo me ha esquivado. Se ha evadido a través de mi carne. Queda la ropa, el closet lleno de su ropa. Me acerco a la puerta cauteloso. Estoy temblando. Ahora debo abrir el closet, y averiguar si puedo sostener aún su ropa. De lo contrario, estoy perdido...

Y de vuelta en la cama. No he hecho nada. autor: José Estuardo

Me veo a mi mismo a través del espejo. Proyecto mentalmente mi imagen en el cuarto. Deambulando por el cuarto, hablando conmigo mismo como un loco. Pero las palabras no me llegan. Farfullo en un idioma ininteligible. Voy de un lado a otro, intentando deshacerse de la maraña de pelos que me rodea. Estoy envuelto en una red de cabellos. Y Dalila, a lo lejos, sonríe complacida. No puedo escapar. Soy como una marioneta. Sus cosas me rodean como un recordatorio amenazador. Como las opresivas ruinas de un antiguo imperio. Quién puede vivir sin su gloria. Quién entre sus ruinas.

Si tan sólo pudiéramos retroceder un par de jugadas. Como hacen los ajedrecistas inexpertos. Entonces ¿qué?


autor: José Estuardo


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